La palabra y la vista son dos de las vías básicas a través de las cuales, desde el púlpito, nos comunicamos con la congregación: la palabra y la vista. La primera tiene que ver con lo que se denomina comunicación lingüística; la segunda, con lo que los expertos llaman comunicación paralingüística, que incluye también otros aspectos como el de los gestos o ademanes, el del vestuario, etc. Sobre estos últimos trataremos en otras secciones de esta serie. Comenzaremos aquí a tratar los aspectos lingüísticos de la comunicación desde el púlpito.
La palabra hablada es el arma principal con la cual trabaja el predicador. La labor principal de la palabra es comunicar. Ella es el hilo comunicativo fundamental entre el predicador y la congregación. Hablar de la palabra hablada es hablar de comunicación verbal, y hablar de comunicación verbal es hablar tanto de la transmisión de un contenido relevante para el oyente, como de la influencia psíquica y afectiva que nuestras palabras tienen sobre las personas.
La gente que va al culto, quiere oír y espera oír, Palabra de Dios. No eludas el desafío de transmitir un contenido relevante y sustancial en tu predicación. Huye de la tentación de suministrar paja en vez de trigo. La paja llena y rellena, pero no alimenta. El trigo es el alimento fundamental que nutre. Como predicador, tienes la responsabilidad santa, insoslayable e insustituible de predicar primordialmente y antes que otra cosa la Palabra de Dios. De la pérdida de tiempo, darás cuenta, así como de toda palabra ociosa que salga de tu boca especialmente cuando tienes delante una congregación necesitada de Dios.
Por otra parte, la conciencia que, como comunicadores, tengamos de los efectos síquicos y afectivos que nuestras palabras producen en nuestros oyentes, nos va a ayudar a utilizar la mejor forma de hablar, y elegir las mejores frases y palabras, no solo a la hora de establecer la comunicación sino también para mantenerla.
Existen formas de comunicación verbal y no verbal, que pueden cortar la comunicación entre el predicador y la congregación. De las formas no verbales (gestos, ademanes, etc.), hablaremos más adelante. Nos referiremos ahora, brevemente, a diferentes maneras lingüísticas de expresarnos: algunas pueden ser vagas; otras, extravagantes; otras, inclusive, grotescas. En ocasiones, la verborragia, el palabrerío vano, envuelve en un halo iridiscente el sermón vacío de contenido. Entonces, el oyente neófito queda encandilado por la falsa luz que irradia la prédica, y no percibe la carencia de sustancia de la misma. Todas estas formas mencionadas disuelven el mensaje en una nebulosa de trivialidades que lo único que hacen es rellenar tiempo. A la postre, nada dicen. El que oye se siente inmerso en otro mundo, en el que sus pensamientos tratan de descifrar infructuosamente las locuciones del predicador.
Ni qué decir de las palabras hirientes, acusadoras, burlonas que salen de la boca de algunos predicadores, desde el púlpito, para referirse a alguien en particular. Creen que con ello van a hacer reaccionar a los oyentes. Sin embargo, el resultado es muy diferente. Lo que se produce es un cortocircuito en la comunicación. La gente termina huyendo psicológica y hasta físicamente del lugar. Solo la falta ética cristiana y la ausencia de madurez ministerial y espiritual, apelan a esas maneras destructivas. Nunca olvides que “mientras hay vida, hay esperanza”. El púlpito puede ser un lugar desde el cual se amoneste, pero se amoneste con amor, pues el propósito de tal amonestación no es dañar ni destruir, sino “enderezar lo torcido”, “allanar lo áspero”, es “plantar y edificar”.
© Luis E. Llanes. Ministerio Luz y Verdad. Puerto Madryn, Chubut, Rep. Argentina. 2008. Editado por: Alba Llanes. EDICI. Rancho Cucamonga, California, EE.UU. 2008.
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