Hemos dicho que el púlpito es el punto focal de la congregación. Decenas, quizás cientos de ojos observadores están mirando la persona física del predicador. Aunque tratamos que las gentes coloque su mirada en Jesús, lo cierto es que a quien ven, físicamente en esos momentos, es al representante físico de Jesús: el predicador. Es importante que entendamos bien esto, de ese modo estaremos capacitados para hacer un uso más eficaz del lugar, y permitiremos una mayor recepción y provecho del mensaje que predicamos, por parte de la congregación.
Describiremos, a continuación, algunos elementos importantes, que debemos tener en cuenta:
1. Nuestro porte. El sentido común nos indicará cómo debemos presentarnos ante la congregación. Para esto, tenemos que tener bien presente cuáles son las características de nuestra feligresía. Por una parte no debemos ser pedantes, extremistas y extravagantes, vistiendo como “reyes”, cuando estamos ante una congregación de gentes sencillas. Tampoco debemos vestir “harapos”, demostrando una falsa humildad, cuando estamos ante una congregación donde predominan personas de cierto nivel social y económico. Debemos ser equilibrados. Cualquiera de las dos formas que adoptemos, aplicadas indebidamente, resultarán de no muy buen gusto y harán sentir incómodos a muchos dentro de la congregación. Para esto no hay normas, sino principios y sentido común.
2. Nuestra dicción. De igual forma que pasa con nuestro porte, así también con el uso del lenguaje. Este tiene que ser adaptado a las circunstancias del lugar, las características culturales de las personas, edad, sexo, etc. para adecuar el mensaje en la forma particular que lo exigen las circunstancias, de modo que sea comprendido por la gente que nos oye. Recuerde que no es lo mismo hablarle a niños que a adultos. No es lo mismo hablarle a universitarios que a gentes con poca instrucción. No es lo mismo hablarle a los campesinos que a los habitantes de la ciudad. Lo más importante para el predicador no es predicar, sino ser entendido por los que nos escuchan.
Por otra parte, en relación con la modulación de la voz, esta tiene que ser adecuada al tipo de salón o lugar donde predicamos. Se supone que si predicamos al aire libre, y no tenemos altoparlantes, tengamos, por necesidad, que levantar la voz lo suficiente como para que nos oigan todos. Pero si estamos en un salón de 6 X 4, la lógica nos va a decir el tono de voz en el cual hablar.
Las gentes nos mira, nos oye, porque desde el lugar donde predicamos estamos expuestos a las miradas y oídos de todos, y cada uno de ellos tiene capacidad de juicio para evaluar el grado de sabiduría y habilidad que tenemos al dirigirles la palabra.
3. La gesticulación. Es bueno movernos. Es bueno dar énfasis a nuestro mensaje, utilizando nuestras manos y cuerpo si ello contribuye a que las gentes entienda. Pero tenemos que ser moderados ante la congregación, ya que no podemos usar la plataforma ni de pista de carrera, ni de ring de boxeo, ni de cancha de fútbol.
Si es hombre, sus gestos deben ser moderados pero varoniles. Un predicador con gestos amanerados causa repulsión y rechazo interno de su audiencia. De igual forma, con relación a la mujer predicadora. Debe conservar sus gestos refinados y femeniles. No hay cosa más fea y que cause mas rechazo que una mujer predicadora imitando a Carlos Anacondia, o un predicador varón imitando a Dina Santamaría.
Lamentablemente, a veces vemos a predicadores renombrados que crean estilos de predicación un poco raras. Sus manos y dedos dibujan en el aire, figuras que son similares a signos paganos y esotéricos o con significados obscenos; figuras confusas que no contribuyen a captar la atención hacia Jesucristo. Mas bien, los ojos y la mente del que oye y ve, se pierde tras esos movimientos preguntándose: “¿Para qué hace eso?, ¿qué significado tiene esa señal que hace con sus manos?, ¿en qué contribuye todo eso en la eficacia del mensaje?
Tengamos cuidado con la imitación, y qué cosa imitamos. No podemos convertir el púlpito en una sesión de prestidigitadores y gesticuladores mágicos. Seamos gentes normales predicando la Palabra de Dios. Su poder no reside en esas payasadas humanas. Además, y como dice el dicho: “El que imita fracasa”.
© Luis E. Llanes. Ministerio Luz y Verdad. Puerto Madryn, Chubut, Rep. Argentina. 2008. Editado por: Alba Llanes. EDICI. Rancho Cucamonga, California, EE.UU. 2008.
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