El púlpito es el lugar desde donde se proclama la Palabra. Este es el trabajo fundamental del predicador que se coloca en ese lugar. Por esta razón, debe ser parco y sabio a la hora de realizarlo. Recuerde que el tiempo es oro. Saludos, testimonios, historias que no tengan que ver con la predicación nunca deben tomar tanto tiempo que termine afectando lo más importante: el tiempo dedicado a la ministración de la Palabra.
Tengamos en cuenta algunos aspectos que nos ayudarán a emplear con eficacia ese lugar tan importante dentro del templo.
1. La seriedad, sin desmedro del buen humor, debe ser parte en su trabajo. Hay predicadores que tienen gracia para los chistes, historias de humor, pero todo esto debe ser utilizado con sabiduría. No debe convertir el púlpito en un “show” para hacer reír a las gentes, debe ser prudente. La Iglesia pasa por alto todo eso y, hasta se ríe, pero el inconverso a quien hay que evangelizar, no entiende y se escandaliza. Se va sin recibir nada concreto sobre la necesidad de su salvación. La Palabra de Dios nos enseña que “…en la enseñanza debemos mostrar seriedad…”, “sobriedad, seriedad y prudencia”, “Palabra sana e irreprochable…” (Tito 2:7; Tito 2:2).
2. Sin embargo, debe tener cuidado de no convertir al púlpito en un ministerio funerario. De allí debe fluir vida y donde hay vida hay alegría, actividad y vitalidad. “Mis palabras son vida…” dijo el Señor. El que entre triste debe salir con gozo; el que entre desanimado, que encuentre la fuente del ánimo; que cada palabra lanzada desde el púlpito vaya “sazonada con sal”. La seriedad y el gozo no son incompatibles, son conjugables en un carácter maduro. Una dosis adecuada de cada uno le dan al mensaje vida.
3. El predicador, especialmente el pastor, por la naturaleza de su trabajo, tiene dominio de situaciones concretas que se producen dentro de la Iglesia, en los creyentes y familias. No debe convertir el púlpito en un noticiero informativo, donde se comunican cuestiones que van en desmedro de la integridad de algún creyente o familia. Los problemas embarazosos de los creyentes deben ser tratados y resueltos con la persona afectada. Así lo ordena Jesucristo, “el dueño del negocio”. No debe aprovechar la ventaja y la autoridad que le da el púlpito para “mandar al frente” a la persona afectada; ni para demeritarla ni burlarse públicamente. Esto es cometer un asesinato moral. Esta actitud menoscaba la integridad del afectado, y menoscaba el carácter del predicador. Va contra la ética espiritual. Es abuso de la autoridad y ante la congregación deja muy poco que desear. Si el problema es personal, personalmente se ayuda; si es congregacional, congregacionalmente se enseña.
1. Por regla general, los predicadores, al igual que otro creyente común, pasamos tiempos de luchas, problemas, escasez, enfermedad, etc. A la hora de tomar el púlpito, debemos cuidarnos de no convertir a la congregación en nuestro “muro de los lamentos”, y objeto de nuestra descarga emocional.
Recuerde que la congregación viene con sus conflictos, problemas, enfermedades, etc., para escuchar Palabra de Dios que le ayude, edifique, y aliente para seguir la carrera hacia la meta. Es necesario prepararnos de antemano, descargar en Dios, buscar en Dios la solución de nuestros problemas, y buscar de Dios, en oración, la Palabra de ayuda y ánimo que la congregación necesita.
Nuestras palabras son transmisoras, de bendición o maldición, de ánimo o desanimo, de fe o de duda, de gozo lo de tristeza. Es nuestra condición interna, lo que va a determinar qué tipo de mensaje vamos a predicar. O predicas tus problemas, aumentando la presión de la Iglesia, o predicas Palabra de Dios para bendición y edificación del Cuerpo.
2. El mensaje de justificación por fe en Cristo sobre las bases de su sacrificio expiatorio, debe ser el tenor regulador de su mensaje. El predicador no debe convertir el púlpito en una cohorte judicial donde él se convierte en un fiscal acusador o en un juez sentenciador. El predicador fiscal mantiene siempre a las gentes con una conciencia de culpabilidad permanente esperando una condena inminente. No apunta al Calvario como la fuente de la misericordia y el perdón para el pecador y no le da seguridad de salvación a sus feligreses. Recuerde que el ministerio acusatorio pertenece al “acusador de los hermanos”, Satanás; conviértase, mas bien, en un abogado defensor, intercesor ante el Dios, Juez, misericordioso y clemente. Pero, por otra parte, no debe el mensaje no debe convertirse en publicidad de la Gracia barata, del Evangelio de la Oferta, de la permisividad y el libertinaje, de la laxitud espiritual y de la falta de santidad, so pretexto de “vivir bajo la Gracia”.
3. El mensaje formador, por medio de la enseñanza sobre la base de la Palabra de Dios, debe ser una constante en la enseñanza desde el púlpito. “Pero tú, enseña la sana doctrina…” “Palabra sana e irreprochable…” (Tito 2:2). La Palabra tiene mucho que enseñar para formar el carácter cristiano del creyente. La enseñanza es la forma más efectiva para hacer madurar a la Iglesia. El predicador debe tener cuidado de no convertir al púlpito en un predio de domas de caballos (rodeos) que a fuerza de espuela y látigo someten a la obediencia a la bestia. Si tienes espíritu de vaquero, te aconsejo que te traslades al lejano oeste de USA, al “Wild, Wild West”. Allí encontrarás suficiente material equino con los cuales ejercer su ministerio.
4. Como es natural (y es una constante en cualquier congregación), en ocasiones, ya sea por ignorancia, desconocimiento o rebeldía, surgen problemas con algunos que tienden a ir en contra de lo establecido dentro de la Iglesia, o no están de acuerdo con algunos de los aspectos del ministerio. Algunos pastores toman la desición de poner en disciplina a aquellos que, por alguna causa, han fallado o difieren de la opinión pastoral. Sin previa ayuda u orientación hacia los “rebeldes”, anuncian desde el púlpito la disciplina, tomando por sorpresa al afectado, e hiriendo sentimientos sin dar oportunidad para la reflexión y el arrepentimiento. Así, convierten a la Iglesia en una penitenciaría, donde la persona queda presa o sale huyendo a otro lugar. No existe la paciencia del labrador, no existe un ministerio de consejería espiritual, no hay ministerio para los que fallan.
La disciplina es necesaria en algunos casos, pero primero hay que agotar todos los recursos para la restauración del pecador, como lo enseña Jesucristo. Hay que tratar el asunto de tú a tú, no desde el púlpito. Y, si dadas las circunstancias, se impone una disciplina, dentro de los parámetros bíblicos y eclesiales, esta debe ser correctiva y restauradora, no punitiva ni vengativa. Y nunca debe olvidar, el predicador, sobre todo el pastor, que el “enfermo” no debe ser abandonado en su fase de “recuperación”, sino que se le debe dar apoyo y ayuda hasta el fin.
© Luis E. Llanes. Ministerio Luz y Verdad. Puerto Madryn, Chubut, Rep. Argentina. 2008. Editado por: Alba Llanes. EDICI. Rancho Cucamonga, California, EE.UU. 2008.
1 comentario:
Buen dia
Un pastor muy enfermo debe predicar?
o ser humilde y dar la oportunidad a un hermano/a que predique hasta su recuperación, si es que Dios lo permite??
gracias
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